domingo, 29 de abril de 2012

La comida del domingo

Ya había pasado mucho tiempo, demasiado sin acudir al sitio donde mejor me siento y donde mejor estoy. Por fin, llegó el día de volver a Azuébar. Este fin de semana iba a ser el último momento social hasta verano, el último respiro que iba a tener antes de llegar a final de curso y al selectivo. En definitiva, un oasis de tranquilidad enmedio del desierto de atletismo y estudios.

Hasta el sábado por la noche fue todo mas o menos normal: viernes noche a animar al equipo de fútbol sala, el sábado el típico partidito, por la noche de fiesta... Un fin de semana normal. La cosa se empezó a torcer en el momento en que mi móvil sonó airadamente a eso de la una del mediodía a efectos de la llamada que un cariñoso amigo me hacía. La frase fue "Estamos en el bar, vente a tomar el aperitivo". Perfecto, iba a desayunar cocacola con bravas. Pues nada, me levante enseguida y me dirigí al bar. Allí, decidimos tomar alitas de pollo con salsa barbacoa, algo ligerito para preceder a la comida. Nos sentamos y al instante no quedaban alitas, récord mundial para el cuarteto azuebero. Pero el dueño del bar (que casualmente forma parte de nuestro grupo de amigos), empezó con el recital. Sin nosotros pedir absolutamente nada, empezó a sacar tapa tras tapa: bravas, sepia, boquerones, jamón, huevos fritos... y así hasta la absoluta burrada de 20. Entre risas más bien propias de una borrachera que de un atracón, los platos se sucedían y las barrigas aumentaban. Cada vez que veíamos salir a nuestro amigo por la escalera temíamos que volviera con otro plato más, cosa que se repitió durante más de hora y media. Cada tapa que salía se convertía en una risa al ver el subrrealista momento de ver a un amigo al que se le había ido la pinza y que no paraba de sacar platos y más platos sin ni siquiera haberlos pedido. Cuando nuestro aparato digestivo se vio saturado, todos sus canales estaban colapsados y las arterias eran autopistas de grumos de colesterol, nuestro amigo paró y dejó de cebarnos cual cerdos de bellota. En ese momento, y ya con unos calores que hacían de todo elemento textil objeto innecesario, salió el postre. Para nuestro asombro, después del postre aún quedaba un poco de espacio y tuvieron cabida la ronda de cubatas y la de chupitos. A eso de las 16h. acabó la comida, después de 3h. ingiriendo sin parar y con una silueta que poco tenía que ver con la fuimos a tomar el "aperitivo".

Pero el día aún no había acabado. A las 19h. había otra cita, una cita con 3 de mis #fondistasGordacos. Con un poco de retraso, nos encontramos y fuimos donde estaba previsto: heladería Mamma Luisa del grao. La cosa prometía y no fue de otra manera. Reconozco que el mundo ha cambiado para mí después de conocer la existencia de esa heladería, que locura. Las 4 bolas cayeron aunque fui superado por mi amigo Iñaki, el cual se trago 5 de ellas. Decir que si hubiera estado al 100% le hubiera disputado la victoria, pero el estómago se mostró inflexible.


Por último solo me queda decir una cosa: no intenten esto en casa.

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