5:15 de la madrugada. La música
empieza a sonar pero no viene precisamente de alguna de discoteca. “Qué hora
más indecente” pienso en cuanto apago el aparato. A pesar de ello el sueño se
esfuma rápidamente. Hay ganas de coger el bus.
Al llegar a la estación de
autobuses todos están ya allí, con su polo verde del club exclusivo para la
Copa de Europa. Cómo no, yo no lo tengo, así que voy dando la nota. Cómo no…
Empezamos el viaje y después de
la media horita de toma de contacto en el autobús el silencio invade el lugar.
Creo que los entrenadores ponen estas horas de salida para que no, dicho
finamente, les demos mucho por culo durante el viaje. Así que durmiendo estuvimos hasta llegar al
aeropuerto de El Prat, donde, al bajar, ya íbamos todos debidamente uniformados
con nuestro polito verde. Ya en la zona
de embarque y tras el típico comentario made in Destino Final nos subimos al
bicho con alas para volver a recuperar otras dos horitas de sueño hasta llegar
a Viena, para después afrontar las dos últimas horas de autobús hasta Brno.
Una vez allí la primera frase fue
“hostia que frío” y la segunda “vaya mierda de comida”. Así que tras estas dos
puntualizaciones sobre la República checa, una cenita y la reunión técnica,
decidimos irnos a dormir a ver si al despertar el paisaje tristón y gris se
convertía en un idílico lugar con
margaritas en suelo, arcoíris en el cielo y señoritas bailando por los pasillos
con sujetadores de cocos. Lógicamente me llamaríais cocainómano impulsivo si os
dijera que vi eso al despertarme así que
simplemente os diré que salió el sol.
Con buen ánimo nos fuimos hacia
la pista, donde ya habían empezado las pruebas. Y al llegar, sorpresa: de ocho
participantes vamos quintos en la clasificación por puntos empatados con los
sextos. Pasamos a hablar de las previsiones de podio a bromear con el descenso
(séptimo y octavo). Risas y cachondeo tenso en la grada. Por fortuna, empezamos
a conseguir buenos puestos en las siguientes pruebas hasta meternos, ahora sí,
en la lucha por el metal. Los turcos eran líderes a un mundo de distancia, pero
los ingleses y checos que eran segundos y terceros estaban a unos pocos puntos.
La cosa se ajusta y cada vez queda menos para mi prueba, es la última antes de
los dos relevos.
Toca dejar la grada en la que
casi todos los compañeros ya han cumplido y ponerse a calentar. Concentración y
nervios dando las primeras zancadas. En los 15 minutos de rodaje se me pasan
muchas cosas por la cabeza. Es un momento clave a la vez que difícil. Hace
mucho que no compito, menos en la pista y todavía más que no me siento cómodo
corriendo, que no tengo seguridad. Tampoco sé cómo van a responder las
rodillas… Tengo ese puntito de inseguridad. Pero para hacer frente a eso tengo
dos cosas: muchas ganas y optimismo. Sé que la preparación es buena y que hay
que confiar en ello. Me pongo los clavos y a la pista, hoy hay que volver.
En la línea de salida ya ficho a
los dos rivales que están un punto por encima: el inglés y el turco.
Efectivamente se da el pistoletazo y ambos se marchan a un ritmo de miedo. Me
quedo detrás, en el grupo, hasta que cuando llevamos 400 metros el inglés le
pide el relevo al turco y no se lo da, así que aflojan y enseguida les cogemos.
En vez de parar y ponernos a su ritmo, seguimos a la velocidad que íbamos, a
3’10min/km más o menos. Continua en grupo la carrera hasta el 1.500, momento en
el que el inglés vuelve a apretar y el turco se va con él. Yo voy muy bien,
estoy genial, pero por miedo a pinchar y que luego me cacen los del grupo
perseguidor prefiero quedarme, prefiero medirme al checo, ya que son los que
están ahora mismo justo por detrás nuestro. Sigo tirando yo a un ritmo cómodo
y, a falta de 900 metros y aprovechando el aire favorable, hago un cambio de
ritmo. Enseguida sé que a ese ritmo no van a poder aguantar y no miro hacia
atrás, tiro y tiro hasta que dejo de escuchar respiraciones ajenas. Me encuentro
a gusto corriendo. Por fin a gusto. Sigo a un ritmo fuerte y veo que el turco
no va muy fino, así que al paso por el último 400 aprieto un poco más pero ya
está muy lejos. Cruzo la meta.
Me gusta volver a decir que no
soy capaz de escribir los momentos
posteriores al final de la carrera. Tener esa sensación de decir “hola
estoy aquí”, de decir “valió la pena perderse las fiestas del pueblo”, decir
que estás ahí metido otra vez, decir que el sacrificio dio su resultado. A partir
de ese momento empezaron a brotar margaritas en el suelo, salió el arco iris y
aparecieron las señoritas de los cocos.
Al llegar a la grada solo quedan
los relevos por disputarse y las posiciones no están del todo claras. Hay dudas
en la clasificación y no sabemos ciertamente como vamos. En principio el tercer
puesto es nuestro con 6 puntos de ventaja sobre los checos que van cuartos. Se disputa
el 4x100 y ganan los checos. Ay. Entramos muy atrás. Minutos después la última
prueba, el 4x400. Los checos empiezan fatal pero empiezan a remontar y en la
última recta vienen fuertes. Los ingleses se quedan retrasados pero en los
últimos 5 metros el checo nos adelanta. Nadie sabe nada. Empiezan las fotos de
las entregas de medallas individuales y no sabemos si poner cara de terceros o
cuartos. Finalmente confirmación: somos terceros. Los checos se han quedado un
punto por detrás nuestro y los ingleses uno por encima. De infarto.
Objetivo conseguido. Tanto por
equipos como en mi caso individualmente. Un metal que sabe a retorno y trabajo
bien hecho, y que da mucha pero que mucha motivación para seguir apretando y buscar nuevos objetivos.